Me recordaron lo perseverante, creativo y optimista que me caracteriza. No es que uno siempre ande por la vida pensando que debe ser de tal manera, pero a veces uno tiende a olvidar que precisamente eso que reconocen en ti los demás, sin querer, se esfuman y menos mal que antes de que logres visualizarlo por ti mismo alguien te lo advierta. Ante eso sólo agradezco, y me tomo las cosas con calma y progresivamente. Perseverante nunca he dejado de ser, por más fracasos, heridas, humillaciones he pasado, al contrario, el hecho de haber pasado por cosas así hace que uno persevere. La constancia es algo necesario cuando se trata de alguien que tiene altas expectativas de vida y trabaja a diario detalle por detalle, ladrillo por ladrillo. Si a esa perseverancia se le suma la humildad y el respeto por los demás, mejor todavía.
Lo creativo, nunca lo he presumido directamente. Si los demás lo reconocen uno sólo piensa que si, es cierto. Pero no paso de eso, creo que si esa creatividad no se pliega al triple de esfuerzo en eso no tiene sentido. Es una de las grandes certezas que he adquirido de un tiempo a esta parte. A eso debo decir que en mi carrera esa creatividad no sirve de una forma íntegra, se debe rebuscar entre cosas extrañas y muchas veces aburridas para ponerla en marcha. Es en el humor donde se vuelve más efectivo, sobretodo a quien le gusta reír y hacer reír. Al final siempre me ando riendo de todo y de todos. Y creo que será así hasta que alguien me asesine o muera presuntamente. Sobre eso le explicaba el otro día a alguien que no es con mala intención, aunque sin querer derepente uno haga sentir mal a alguien. Perdón, perdón… (8)
Y lo último, el optimismo. Algo que no todos tienen, y que le hace falta a mucha gente para vivir en la búsqueda del sueño de la casa propia o del control remoto por la casa. Y la gente que la mayor parte del tiempo es optimista y sólo usa ese realismo del que pregonan las viejas amargadas y los poodles cuando la situación realmente lo hace acorde. Es cosa de caminar y encontrarse con esa gente: ¡me carga la gente feliz! En vez de tratar de imitar esas cosas que son tan abstractas pero que sería bueno que los que tenemos aquello pudiéramos contagiar a los que les falta de verdad. Sin duda que finalmente esas tres palabras se transforman en una fortaleza, en una filosofía de vida que en mi punto de vista se reduce al aprender a vivir con la convicción de hacer bien las cosas.
Si uno disfruta lo que hace, con el destino en sus propias manos, con todos esos sueños y objetivos por más difíciles que sean, y trata de avanzar ante ello fiel a aquella convicción, probablemente esto tenga mucho sentido, independiente de todo satisfacción o frustración a la que se pueda llegar. Es el camino y la forma de andarlo lo que determina el final. La vida no es una carretera por la que uno pone su autito, le echa bencina, se come un completo de plástico y paga el peaje escuchando especiales de los ochenta. Uno mismo tiene que hacer su propia concesión, cobrarse su propio peaje y todo lo demás.
Me remito a esas tres palabras y les agrego la pasión. Yo soy apasionado por las cosas que hago, desde que me levanto en las mañanas y hasta que duermo, y probablemente mi inconsciente siga siéndolo por más miedos y preocupaciones que pueda tener, o por menos horas dormidas que existan. Y sé que puedo ser muy acelerado, y que eso es perfectamente corregible, pero entiende que es pasión, es entusiasmo, es esa idea de que los años van pasando y la vida es corta, y hay que vivirla intensamente aún en las circunstancias de que todo se reduzca inevitablemente a cosas como estudiar, sobretodo en esta época.
¿Y sabes porqué?
Porque sé que todo siempre puede mejor, y porque he aprendido a esperar y decidir cuando tengo que ir por las cosas que no van a caer del cielo por arte de magia. Eso te incluye a ti, mujer.
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