Como cuando un domingo en el Jumbo de San Miguel después de un fin de semana de mucha vida social y/o carretes, con dos grandes amigos estás peleando por el sabor de la casatta (lúcuma o trisabor) y para decirdirlo pides la opinión del público recorriendo pasillos hasta llegar a una elección justa. O por lo menos a una más impropia.
Las teleseries repetidas y el dilema de una noche monumental que dice Lolita o Casablanca. Todo casi como un diagnóstico de cáncer terminal a la sobremanera. Saber que somos tan inexorables y tan expirables al mismo tiempo, y que las brisas nos matan y que los domingos no siempre son tan monótonos. Dormir mucho y dormir poco, comer mucho y comer poco, ser mucho o ser muy poco. O ser.
When a man loves a playstation. Jugar hasta las siete de la mañana un miércoles de madrugada junto a otros dos grandes amigos de la vida, tomando Whisky e indudablemente, dando cuenta que eso es vida. Si, porque morir o degradarse siendo feliz también es vivir. Vas por una carretera, cantando una canción de Gardel sin notarlo y mirándola mientras duerme. Y de la nada es el día de tu santo, y hay mucha gente y estás bailando Goran Bregovic. Pasa una estrella fugaz y le pides un deseo ingenuamente. Te sientes patético y contento, entonces duermes. Luego despiertas y eres libre, te estiras y apareces sentado en un bus leyendo Grass.
Si, leyendo pasto. Porque te encanta leer el pasto también. Los audifonos captan como te estás sintiendo y te transportan mediante ese sonido. Caminas y caminas, te duelen los pies y las manos y los ojos y el corazón un poquito. Sabes que debes dejar de comer cosas con tanto colesterol. El asunto es que eres ser humano y te comportas como tal. Y te enamoras, desenamoras, ilusionas, armas de paciencia. Porque debe ser la mejor ciencia, aún cuando de científico tengas sólo tu reloj biológico. Haces el amor por cortesía, y eres de las personas que para llegar a la paz absoluta necesariamente tienen que atravesar una guerra. Te encantan los detalles de los detalles, los dibujos de los boletos de micro, los nombres de los recorridos que siguen recoriéndose, buscar apellidos chistosos en los créditos, ver películas malas o aburridas sólo porque tienen bonita fotografía.
Es catorce del segundo mes del año. Mucha gente usa la excusa para amarse o quererse, sentirse extremadamente sola y hasta para ir al supermercado haciendo cuenta que el día es uno más de los trescientos sesenta y seis días que tiene el siglo. Vas con ella caminando de la mano por los cerros de Valparaíso, la miras sabiendo que tienes los días contados y que el presente subexiste en el futuro más próximo. Como le digo que la quiero sin que se de cuenta y al mismo tiempo siendo espontáneo, es lo que jamás llegas a pensar. El pragmatismo de no querer saber que hacer en momentos decisivos te ha llevado las ideas a otro mundo. Disfrutas tanto ese atardecer, y la huevada parace cerro alegre con la excepción que ella jamás será Beatriz Thompson y es más simpática que la Merino y tu nunca serás Mauricio Méndez y tan quebrado como Zabaleta. Y llegas al punto cúlmine, al éxtasis, al orgasmo, al clímax de lo que irradian los veranos de la vida. Con mucha personalidad y trabajo en equipo, ganamos un karaoke un decimocuarto de febrero. Ser melómano tiene sus beneficios después de todo, piensas al salir de aquel local. Y si. Despertar abrazado a una mujer por la mañana es algo del otro mundo. Del mismo donde se fueron esas ideas.
Los veranos son así. Siempre saben lo que quieren dejar salir.
Eres realista. Es mejor que sea asi. La cordura es un estado mental de la locura cotidiana. Poco a poco te empieza a importar menos lo que piense la gente de ti, parece que estás madurando. O quizás sólo tu ego y tu autoestima han aumentado de un tiempo a esta parte, gracias a ella, gracias a todo lo que tuviste que pasar para llegar hasta este lugar.
Y le dices adiós a la estación, a la que fue tu estación alguna vez. Subes al tren, y agitas la mano despidiéndote de tantas palabras importantes y con la incertidumbre de no saber si algún día regresarás aunque en el fondo de ti estás seguro de aquello. Te sientas en el cuarenta y ocho, salón, ventana y lloras con mucha pena. Porque es tanto lo que dejas atrás de esos rieles, y es tanto lo que tuviste que pasar para llegar a donde te llevo el destino, la vida, tu dios y tu poesía, que sabes que siempre hay una nueva oportunidad de emprender algo nuevo y crecer aunque sean cinco centímetros de espíritu.
Labels: Concepción - Los Prisioneros
Al final no sé que coemntar,porque leo lo primero y pienso en algo que poner,luego sigo leyendo y pienso en otra cosa y asi,hasta que llego al final,digo...este pelao si que se volvio loco- y a es altura ya se me olvido todo.
El 14,es para ir a algarrobo